Articulo extraido del http://miguelricci2008.blogspot.com/2008/10/martha-salotti-28-aos-desde-la-partida.html
MARTHA SALOTTI - Hoy, 26 de octubre,Aniversario del fallecimiento de Martha Salotti.
Hubiera querido escribir este artículo sin seguir la tradición nacional de honrar a las personas importantes en el día de su fallecimiento, sino en el de su nacimiento, pues es a partir de éste en que comenzaron a hacer, a pensar, a dejarnos sus enseñanzas. Pero recién la semana pasada supe exactamente cuándo había nacido Martha, secreto celosamente guardado en épocas en que podíamos compartir con ella lo mejor de su alma... viva, por supuesto, y aún discutir con ella algunos "atrevidos" (palabra de Martha...) como yo lo fui.
Entré en varias páginas de Internet, como: Nació el 10 de abril de 1899.
Figura sobresaliente en la vida cultural de nuestro país.
Unió su talento a una personalidad dinámica descollante y a una acentuada vocación de servicio.
Maestra Normal Nacional; profesora Superior en Ciencias Naturales y fundadora y Rectora del Instituto "Summa".
[agrego a esta suerte de "curriculum editorial"
que fue la creadora y primera directora
del museo de Ciencias Naturales del Instituto
"Félix F. Bernasconi", ubicado en Capital Federal,
en el barrio de Parque Patricios,
modelo por sus criterios de clasificación y conservación]
que fue la creadora y primera directora
del museo de Ciencias Naturales del Instituto
"Félix F. Bernasconi", ubicado en Capital Federal,
en el barrio de Parque Patricios,
modelo por sus criterios de clasificación y conservación]
Presidenta Fundadora de la Sección Argentina de la Organización Internacional del Libro Infantil-Juvenil (IBBY)
Miembro de número de la Unión Cultural Americana.
Escritora de cuentos infantiles, autora de textos de lectura e investigadora y autora de textos pedagógicos sobre la enseñanza de la lengua.
Creadora de cursos de perfeccionamiento docente en el interior del país y en el extranjero desde el año 1957.
Discípula y heredera de la producción cultural de Rosario Vera Peñaloza.
Amiga personal y representante legal en la Argentina de Gabriela Mistral.
Falleció el 26 de octubre de 1980.
Miembro de número de la Unión Cultural Americana.
Escritora de cuentos infantiles, autora de textos de lectura e investigadora y autora de textos pedagógicos sobre la enseñanza de la lengua.
Creadora de cursos de perfeccionamiento docente en el interior del país y en el extranjero desde el año 1957.
Discípula y heredera de la producción cultural de Rosario Vera Peñaloza.
Amiga personal y representante legal en la Argentina de Gabriela Mistral.
Falleció el 26 de octubre de 1980.
En memoria de Martha Salotti
"Hora es, pues, de dotar a la escuela de vida, pero de vida propia. Démosla vuelta y pongámosla frente al mundo". Tal fue la consigna que atravesó la vida y la obra de Martha Salotti, quien fallecía el 26 de octubre de 1980 en nuestro país.
Heredera de la tradición de las Maestras Normales, discípula y albacea de otra pionera en el campo de la pedagogía, Rosario Vera Peñaloza, fundadora del Instituto "Summa" (en la Capital Federal), donde se formaron generaciones de docentes especializados en literatura para niños y jóvenes, el nombre de Martha Salotti seguirá estando atado, sin embargo, a una de sus iniciativas de largo aliento y enorme relevancia: la promoción de los narradores orales.
Muy tempranamente, en los años cuarenta, Salotti comenzó a implementar las técnicas del juego teatral para el desarrollo del pensamiento creativo y las competencias lingüísticas de los chicos. En la década del cincuenta, avanzaría con la creación del Club de Narradores, junto con Dora Pastoriza.
[incorporo algo anecdótico e interesante:
en más de 30 años de trabajar juntas,
compartiendo ideas y esfuerzos,
Martha Salotti y Dora Pastoriza
jamás se tutearon, ni siquiera en privado...]
Desde allí organizaron centenares de visitas a escuelas, teatros y plazar hasta abrir un camino que, luego, seguirían las hoy referentes en esta práctica: Ana Padovani, Ana María Bovo, entre tantas otras y tantos otros. ..... en más de 30 años de trabajar juntas,
compartiendo ideas y esfuerzos,
Martha Salotti y Dora Pastoriza
jamás se tutearon, ni siquiera en privado...]
SU PENSAMIENTO
"Hora es, pues, de dotar a la escuela de vida, pero de vida propia.
Démosla vuelta y pongámosla frente al mundo.
¿Cuál es el resorte que la une al exterior? El niño que entra y sale.
No hay creación sin libertad.
No hay libertad sin orden.
Éste es el clima que debe reinar en la escuela para que su acción sea fecunda.
La escuela debe mirar a la lengua como instrumento de acción, viva, rica, flexible, cambiante, excitante del pensar y del hacer.
No es posible que el niño se aparte de su medio para entender al maestro; debe ser éste quien haga el trabajo de adaptación y penetre en el mundo de los niños, para ir a encontrarlos en su ambiente natural".
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...y aunque todo lo anterior, sin duda, traza una semblanza de Martha, yo prefiero presentarla aquí a través de unas breves anécdotas que - como suele decirse - "la pintan en genio y figura". Momentos como los siguientes definen "el genio Salotti", como solía yo decir (y decirle) 36 años atrás, cuando en un ya lejano 1972 me convocó a trabajar en el Instituto "Summa"...
Martha en el colectivo
Martha en el colectivo
En los primeros años en los que trabajé con ella, Martha aún se trasladaba en colectivo en la Capital.
Ella vivía en la calle Azcuénaga, cerca de Arenales, e iba y volvía del Instituto "Summa", en la calle Yerbal del barrio de Primera Junta ("Caballito", para los porteños) usando el transporte público por la mañana y por la tarde.
En una oportunidad, el colectivo que tomó (que tomamos, pues de casualidad yo estaba con ella) estaba "lleno hasta el techo" y no había ni un asiento libre.
Mientras yo sacaba los boletos (en aquella época se le pagaba al colectivero), escuché cerca de mí esta conversación:
Un pasajero, dirigiéndose a un joven sentado en el primer asiento:
- Pibe... ¿por qué no te levantás y le das el asiento a la señora?
(Silencio del otro lado)
E inmediatamente, la voz grave y potente de Martha, en el tono que usaba para hablar de los más chicos:
- Déjelo, señor... cada uno hace lo que sabe...
Martha y la corrección de escritos
Ella vivía en la calle Azcuénaga, cerca de Arenales, e iba y volvía del Instituto "Summa", en la calle Yerbal del barrio de Primera Junta ("Caballito", para los porteños) usando el transporte público por la mañana y por la tarde.
En una oportunidad, el colectivo que tomó (que tomamos, pues de casualidad yo estaba con ella) estaba "lleno hasta el techo" y no había ni un asiento libre.
Mientras yo sacaba los boletos (en aquella época se le pagaba al colectivero), escuché cerca de mí esta conversación:
Un pasajero, dirigiéndose a un joven sentado en el primer asiento:
- Pibe... ¿por qué no te levantás y le das el asiento a la señora?
(Silencio del otro lado)
E inmediatamente, la voz grave y potente de Martha, en el tono que usaba para hablar de los más chicos:
- Déjelo, señor... cada uno hace lo que sabe...
Martha y la corrección de escritos
Después de haber protagonizado un momento de trabajo con los chicos de 5º grado de la Primaria (cosa que Martha hacía frecuentemente en el "Summa"), varios docentes que habíamos estado como observadores nos juntamos a charlar con ella, que de alguna manera "nos tomó examen" acerca de las cosas que habíamos visto.
Además de una dinámica espectacular a través de la cual ninguno de los chicos había dejado de entusiasmarse, de pensar, de imaginar, de preguntar, de escribir, ella llevó el tema hacia el lado de la corrección de los trabajos.
Y nos preguntaba qué habíamos visto, por qué creíamos que había hecho tal o cual cosa, cómo había corregido...
Era llamativa - al menos para ese momento - su manera de expresar sus evaluaciones:
- Si todo estaba correcto, el autor del texto se llevaba una expresión (escrita en su trabajo) como "¡me gustó leerlo!"
- Si había algunas cosas que revisar, Marta llamaba a la escritora o escritor y le pedía que le explicase (a ella) qué había querido decir, por qué una palabra estaba escrita de tal modo, a qué se refería con una determinada expresión y, una vez "puestos de acuerdo", la actitudde la cariñosa abuela era: "Bueno... ahora vaya y escríbalo así, para que quede mejor"
- Y si, en definitiva, la producción era lamentable..., pues escribía: "Visto" y llamaba a quien había escrito, para explicarle que "Visto" quería decir: "lo vi y te espero", además de marcarle con crucecitas muuuuuy pequeñas los lugares del texto en los que debía fijarse, y que el "te espero" significaba: "pensalo mientras leo los otros trabajos, y si no podés, vamos a charlar"
No existía el "regular" ni el "mal", ni el "excelente", sino una manera coloquial, razonada e interactiva de lograr que la corrección hiciera pensar y comprender...
Además de una dinámica espectacular a través de la cual ninguno de los chicos había dejado de entusiasmarse, de pensar, de imaginar, de preguntar, de escribir, ella llevó el tema hacia el lado de la corrección de los trabajos.
Y nos preguntaba qué habíamos visto, por qué creíamos que había hecho tal o cual cosa, cómo había corregido...
Era llamativa - al menos para ese momento - su manera de expresar sus evaluaciones:
- Si todo estaba correcto, el autor del texto se llevaba una expresión (escrita en su trabajo) como "¡me gustó leerlo!"
- Si había algunas cosas que revisar, Marta llamaba a la escritora o escritor y le pedía que le explicase (a ella) qué había querido decir, por qué una palabra estaba escrita de tal modo, a qué se refería con una determinada expresión y, una vez "puestos de acuerdo", la actitudde la cariñosa abuela era: "Bueno... ahora vaya y escríbalo así, para que quede mejor"
- Y si, en definitiva, la producción era lamentable..., pues escribía: "Visto" y llamaba a quien había escrito, para explicarle que "Visto" quería decir: "lo vi y te espero", además de marcarle con crucecitas muuuuuy pequeñas los lugares del texto en los que debía fijarse, y que el "te espero" significaba: "pensalo mientras leo los otros trabajos, y si no podés, vamos a charlar"
No existía el "regular" ni el "mal", ni el "excelente", sino una manera coloquial, razonada e interactiva de lograr que la corrección hiciera pensar y comprender...
Martha y el tuteo
Cuando comencé a trabajar en el Instituto "Summa", yo aún no había cumplido 25 años.
Mi primera cátedra allí fue la de Pedagogía, en 2º año del Profesorado en Castellano y Literatura con especialización en Literatura Infantil y Juvenil.
La cantidad de alumnas (no había ningún varón cursando) era de 8 jóvenes, quienes. como podrán darse cuenta, estaban muy próximas a mi propia edad ("la más chica" tenía 18 años, y "la más grande"... ¡era "más grande" que yo...!)
En un grupo con esas características - además de las propias del profe - se dio naturalmente que nuestro trato cotidiano nos vinculara (de ida y vuelta) a través del tuteo, como cosa espontánea y habitual.
No habían pasado dos meses de mi incorporación al Instituto cuando, una tarde, mientras esperaba el horario de clases en el antiguo vestíbulo - que entonces funcionaba como "sala de profesores", con una mesa adornada con una lámpara de luz tenue y una bandeja con una jarra con café y la correspondiente vajilla - vi que Martha se asomaba por la puerta de la Rectoría y escuché que me decía...
- Buenas tardes... Nene... ¿podés venir un momento que quiero hablar con vos?
Allá me dirigí y, una vez pasado el saludo protocolar (siempre la saludé con un beso, aunque nunca le había pedido permiso...), me hizo sentar ante su escritorio, frente a ella, y con una sonrisa (no puedo reproducir exactamente cada instancia del diálogo), comenzó a explicarme que estaba "preocupada" porque sabía que las alumnas "de 2º Letras" y yo nos tuteábamos.
Procuré explicarle que no había nada de particular en ello, tratándose de un grupo reducido (y agregué, para mis males, que también "cordial y simpático"), que todo se había dado naturalmente y que ello no dificultaba para nada el trabajo.
Marta - siempre obstinada con sus ideas y bastante tradicional en lo tocante a las relaciones humanas - insistió en que su preocupación tenía más que ver conmigo que con ella, porque tenía temor que el resultado de esas actitudes fuera la falta de respeto o el desorden.
Esa tarde "jugamos al ping-pong"...
...sí... porque fue un ida y vuelta de por qué no y por qué sí al tuteo famoso, hasta que, realmente cansado de las argumentaciones, le dije, casi de un tirón, para que no atinara a interrumpirme, (creo...):
- Mire, Martha, pongamos algunas cosas en claro: yo, a mis padres, los tuteo desde que aprendí a hablar, y no les falto el respeto; y cuando usted me llamó para hablar de esto, me dijo "Nene... podés venir un momento...?"...y yo no me sentí ofendido, no sentí que usted me estuviera faltando el respeto y no creo que lo haya hecho...¿no?
El rostro de Martha fue un espejo de lo que - supongo - pasaba en su interior: de la sorpresa pasó a la seriedad, y de la seriedad a la (casi) carcajada. Con una sonrisa limpia, "reluciente", me respondió:
- Bueno, esos argumentos son ciertos. Yo sigo preocupada pero - ahora sin usar el tuteo, la muy pícara - si usted cree que lo puede manejar, hágalo, y espero que no tengamos que lamentarnos de nada más adelante...
Mi primera cátedra allí fue la de Pedagogía, en 2º año del Profesorado en Castellano y Literatura con especialización en Literatura Infantil y Juvenil.
La cantidad de alumnas (no había ningún varón cursando) era de 8 jóvenes, quienes. como podrán darse cuenta, estaban muy próximas a mi propia edad ("la más chica" tenía 18 años, y "la más grande"... ¡era "más grande" que yo...!)
En un grupo con esas características - además de las propias del profe - se dio naturalmente que nuestro trato cotidiano nos vinculara (de ida y vuelta) a través del tuteo, como cosa espontánea y habitual.
No habían pasado dos meses de mi incorporación al Instituto cuando, una tarde, mientras esperaba el horario de clases en el antiguo vestíbulo - que entonces funcionaba como "sala de profesores", con una mesa adornada con una lámpara de luz tenue y una bandeja con una jarra con café y la correspondiente vajilla - vi que Martha se asomaba por la puerta de la Rectoría y escuché que me decía...
- Buenas tardes... Nene... ¿podés venir un momento que quiero hablar con vos?
Allá me dirigí y, una vez pasado el saludo protocolar (siempre la saludé con un beso, aunque nunca le había pedido permiso...), me hizo sentar ante su escritorio, frente a ella, y con una sonrisa (no puedo reproducir exactamente cada instancia del diálogo), comenzó a explicarme que estaba "preocupada" porque sabía que las alumnas "de 2º Letras" y yo nos tuteábamos.
Procuré explicarle que no había nada de particular en ello, tratándose de un grupo reducido (y agregué, para mis males, que también "cordial y simpático"), que todo se había dado naturalmente y que ello no dificultaba para nada el trabajo.
Marta - siempre obstinada con sus ideas y bastante tradicional en lo tocante a las relaciones humanas - insistió en que su preocupación tenía más que ver conmigo que con ella, porque tenía temor que el resultado de esas actitudes fuera la falta de respeto o el desorden.
Esa tarde "jugamos al ping-pong"...
...sí... porque fue un ida y vuelta de por qué no y por qué sí al tuteo famoso, hasta que, realmente cansado de las argumentaciones, le dije, casi de un tirón, para que no atinara a interrumpirme, (creo...):
- Mire, Martha, pongamos algunas cosas en claro: yo, a mis padres, los tuteo desde que aprendí a hablar, y no les falto el respeto; y cuando usted me llamó para hablar de esto, me dijo "Nene... podés venir un momento...?"...y yo no me sentí ofendido, no sentí que usted me estuviera faltando el respeto y no creo que lo haya hecho...¿no?
El rostro de Martha fue un espejo de lo que - supongo - pasaba en su interior: de la sorpresa pasó a la seriedad, y de la seriedad a la (casi) carcajada. Con una sonrisa limpia, "reluciente", me respondió:
- Bueno, esos argumentos son ciertos. Yo sigo preocupada pero - ahora sin usar el tuteo, la muy pícara - si usted cree que lo puede manejar, hágalo, y espero que no tengamos que lamentarnos de nada más adelante...
En un diálogo entre Martha Salotti y Dora Pastoriza (que era la Vicerrectora del Instituto), Dora le trasmitió su preocupación acerca de mí, fundándose especialmente en dos motivos:
"Es un muchacho joven"
"Seguro que le gustan las chicas"
Respuesta de Martha:
- ¡Y bueno, Dora! ¿Qué quiere? ¿Qué le gusten los hombres?
"Es un muchacho joven"
"Seguro que le gustan las chicas"
Respuesta de Martha:
- ¡Y bueno, Dora! ¿Qué quiere? ¿Qué le gusten los hombres?
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EPÍLOGO - Comentario personal final
EPÍLOGO - Comentario personal final
Trabajé en el Instituto "Summa" hasta mi renuncia, en 1995 - aunque los dos últimos años, por motivos profesionales, estuve con licencia -.
Allí, fui docente en el profesorado "en Letras", de Pedagogía, Historia de la Educación, Sociología y en Práctica de la Enseñanza; en el profesorado de Nivel Inicial, de Sociología, Investigación Socioeducativa y Pedagogía Diferencial; tuve el orgullo de ser el primer Director de Estudios (equivalente a Vicerrector) del Secundario (designado por... ¡Martha Salotti! en 1978), nivel en el que también dicté cátedras algunos años.
La calidez humana, la sensibilidad personal, la lucidez profesional, el entusiasmo y al mismo tiempo la flexibilidad de quien conocí ya pasados sus 70 años de edad, me hacen pensar y sentir que necesitaríamos, hoy, a alguna "Martha Alcira Salotti" que, con sabiduría, nos ayudara a hallar herramientas óptimas para mejorar la educación pública.
Vaya, pues, mi homenaje a ella, a la vez desde el sentimiento y desde la razón.
Allí, fui docente en el profesorado "en Letras", de Pedagogía, Historia de la Educación, Sociología y en Práctica de la Enseñanza; en el profesorado de Nivel Inicial, de Sociología, Investigación Socioeducativa y Pedagogía Diferencial; tuve el orgullo de ser el primer Director de Estudios (equivalente a Vicerrector) del Secundario (designado por... ¡Martha Salotti! en 1978), nivel en el que también dicté cátedras algunos años.
La calidez humana, la sensibilidad personal, la lucidez profesional, el entusiasmo y al mismo tiempo la flexibilidad de quien conocí ya pasados sus 70 años de edad, me hacen pensar y sentir que necesitaríamos, hoy, a alguna "Martha Alcira Salotti" que, con sabiduría, nos ayudara a hallar herramientas óptimas para mejorar la educación pública.
Vaya, pues, mi homenaje a ella, a la vez desde el sentimiento y desde la razón.
Miguel Ángel Ricci
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