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sábado, 17 de septiembre de 2011

Recordando a Patricia Pasquali

Hace 3 años falleció esta eminente esta historiadora rosarina , un 17 de septiembre 2008.
esta cronica pertenece a la Gaceta de Tucuman que le hizo a su memoria

Domingo 21 de Septiembre de 2008 | El último libro de Patricia Pasquali es de 2003: La instauración liberal. Urquiza, Mitre y un estadista olvidado, Nicasio Oroño. Por Carlos Páez de la Torre (h) para LA GACETA - Tucumán.

 

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En Rosario, caía la tarde fría del viernes 12 de setiembre. A duras penas, Osvaldo Pasquali convenció a su hija Patricia de que abandonara la idea de viajar a Buenos Aires, donde debía recibir una medalla al día siguiente. Había sorteado, una semana atrás, algo parecido a una gripe que la mantuvo un buen tiempo en cama. Se sentía decaída, sin fuerzas. Como prometió que consultaría al médico, el padre partió más tranquilo a su casa.
Al anochecer del sábado, como no contestaban su teléfono fijo ni el celular, Osvaldo se inquietó. Llegó hasta el departamento de Patricia, en el sexto piso de la calle San Martín 453. Tocó largo el timbre y luego empezó a golpear la puerta. Nadie respondía. Un mal presentimiento arrasó con sus titubeos y, ayudado por otras personas, arremetió contra la gruesa hoja de madera blindada. Les demandó casi tres horas destrozarla y entrar.
Patricia yacía en la cama, en estado de desfallecimiento. Alcanzó a decir hola al padre y pareció desmayarse. Pasquali la llevó volando al sanatorio. Un edema de pulmón, un infarto, le dijeron. En un momento dado salió el médico y le dio esperanzas. Pero rato después el corazón se detenía para siempre. Era alrededor de la una y media de la madrugada del domingo 14. Así me narró Osvaldo Pasquali, con la voz conmovida pero entera, las últimas horas de su hija.
Patricia Silvia Pasquali era la figura mayor de los historiadores argentinos nacidos al inicio de los años sesenta. Licenciada, profesora y doctora en Historia, dio en 1992 una primera muestra de su garra con San Martín en el ostracismo. Profecía, silencio y gloria, libro que recibió el Premio “República Argentina” de la Academia Nacional de la Historia. En 1994 vino su sobresaliente tesis doctoral, Santa Fe en la instauración del orden liberal (1860-1868). Después, la acapararon por un tiempo los trabajos sobre la provincia. Fue así coautora de Rosario: política, cultura, economía y sociedad (1988) y de Historia de Santa Fe (1993), más una biografía de J. Daniel Infante.
Pero la tiraban con fuerza los temas nacionales y se sentía con plena capacidad para encararlos. En 1996, Planeta publicó su primer best seller, Juan Lavalle. Un guerrero en tiempos de revolución y dictadura. La primera edición se agotó rápidamente; siguieron varias otras. Y fue a comienzos de 1999 que apareció su máxima obra, San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria. Eran 460 páginas de un macizo trabajo de investigación e interpretación, que estableció un antes y un después en los estudios históricos sobre la vida del Gran Capitán. A partir de ese momento, puede decirse que Patricia se hizo famosa. Dio una última mirada al prócer en 2000, con San Martín confidencial. Correspondencia personal del Libertador con su amigo Tomás Guido (1816-1849), formidable repertorio de cartas admirablemente comentadas.
En diciembre del 98 falleció el profesor Carlos Segreti, "admirable maestro y entrañable amigo", como le llamaría Patricia en la dedicatoria del San Martín. Había dejado inconclusa Segreti una biografía de Bernardino Rivadavia que preparaba para Planeta. Su amiga se echó encima la ímproba tarea de completarla, como editora del tomo que se imprimió en 1999 ("Bernardino Rivadavia. Hombre de Buenos Aires, ciudadano argentino. Biografía").
El último libro de Patricia Pasquali es de 2003: La instauración liberal. Urquiza, Mitre y un estadista olvidado, Nicasio Oroño. Por supuesto, antes y después de esa obra siguió publicando artículos -varios de ellos en LA GACETA Literaria- y monografías. Memorable me parece Artigas, mito y realidad histórica (en Todo es Historia, 480), donde sindicó al caudillo oriental, sin pelos en la lengua, como “responsable primero de la desestabilización política y finalmente de la disolución nacional”, en una trayectoria que no ofreció “nada para enorgullecerse”. Igualmente, son difíciles de olvidar las polémicas que disparó el San Martín. Le dieron ocasión de defender sus puntos de vista con la sapiencia y la energía le eran características.
Trato de resumir en estas líneas de adiós mis impresiones sobre Patricia Pasquali, y no sé qué le hubiera gustado que dijese de ella. ¿Que la consideraba una historiadora absolutamente impar, y un verdadero ejemplo de la constancia en la investigación y de la profundidad en la reflexión sobre lo que investigaba? ¿Que nadie sabía, como ella, abrir caminos novedosos en temas que parecían trillados? ¿Que era alguien que a la vez que se ocupaba con fervor del pasado, derrochaba igual fervor para militar en el presente, a través de opiniones cívicas que exponía sin melindres y con vehemencia? ¿Que si Dios le hubiera dado un poco más de vida, podría haber escrito el mejor estudio sobre la vida y obra de Sarmiento, personaje que investigaba sin cesar?
Creo que hubiera apreciado una despedida más personal. La conocía desde hace largos años. Fuimos entrañables amigos. Tuve por ella un enorme afecto y una enorme admiración. Me brindó el deleite de sus conocimientos y de su conversación chispeante y abarcadora. Me mostró, en mil oportunidades, lo caudalosas que eran su generosidad y su confianza. Era una mujer fuerte, que afirmaba sus opiniones con una potencia difícil de contestar. Pero a la vez poseyó un corazón alegre, tierno y sensible, capaz de la emoción y de las lágrimas, y era incondicional en sus afectos. No necesito decir que su muerte me conmovió hasta lo más profundo.
La penúltima vez que conversamos fue en agosto, en Córdoba, en el congreso de historia “Vísperas de Mayo”. Me encantó escucharla defender con fogosidad sus ideas, nada convencionales, sobre Artigas. Bajó del estrado entre una salva de aplausos. Y la última vez fue el 9 de setiembre, en Buenos Aires, después de la sesión pública de la Academia. La hallé con poco ánimo, pero no dí importancia a eso: lo atribuí a que convalecía de su gripe y, después de todo, se mostraba tan sonriente y afectuosa como siempre.
Jamás hubiera podido suponer, cuando le dije “hasta el otro mes”, que no volvería a verla con vida. Y nunca me ha parecido, como ahora, tan tristemente exacta aquella pregunta de Borges. “Quién nos dirá de quien, en esta casa,/ sin saberlo, nos hemos despedido”. © LA GACETA

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