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sábado, 10 de septiembre de 2011

El Granadero Antonio Melián

                               LA HISTORIA DEL GRANADERO MELIAN
El Ejército de los Andes acababa de cruzar la cordillera y se aprestaba a combatir contra las huestes realistas. En aquellos días de febrero de 1817, mientras el glorioso Regimiento de Granaderos ajustaba su formidable engranaje guerrero, uno de los comandantes de escuadrón, el mayor José Antonio Melián, que presumía de buen jinete, montó repetidamente ante sus oficiales y soldados "a la criolla", cruzando los estribos y enancándose de un salto sobre su caballo. Quizá la costumbre se remontaba a los días en que, luego de actuar en el Regimiento de Granaderos de Infantería de Terrada, debió luchar en Entre Ríos contra los capitanes artiguistas Otorgués y Basualdo.

Ese hábito, muy del gusto de los paisanos, no encontró buen eco en las disciplinadas filas de José de San Martín. Mientras éste se hallaba dedicado a inspeccionar sus tropas, advirtió la actitud de Melián. Entre disgustado y sonriente, exclamó: "¡Igualito que los indios!", y ordenó a uno de sus ayudantes que llamara al oficial porteño a su presencia. Eran amigos, lo que no le impidió increparlo severamente: "¡Cómo es eso, mayor Melián! ¿Así cumple los reglamentos de su arma un oficial argentino?". Contestó el reprendido que lo excusara, pero que no podía responderle pues estaba ocupado en una comisión urgente. Sin variar su tono de voz, San Martín agregó: "Cuando regrese de su comisión cumplirá quince días de arresto". Pero el 17 del referido mes se produjo la acción de Chacabuco, y Melián debió ponerse al frente de sus granaderos. Se batió heroicamente. Y así lo expresó el Libertador en su parte de batalla, al señalar cómo los escuadrones a las órdenes de aquél y del comandante Medina habían roto el ala derecha del ejército realista, contribuyendo al triunfo de las armas patriotas. Tan brillante desempeño no implicó el inmediato levantamiento de la medida disciplinaria. Llevaba trece días cuando penetró en su carpa el propio general en jefe. "Vengo, señor oficial le dijo San Martín a levantar personalmente el arresto en obsequio a su bravura, y como recuerdo ofrezco a usted estos estribos de plata que yo mismo usé en Bailén. Sírvase de ellos en mi obsequio y verá que para cercenar cabezas godas, nada es mejor ni más conveniente que afirmarse bien sobre los estribos".

Es de creer que Melián cuidó cumplir el consejo de su superior y amigo, por quien sentía profunda admiración. En efecto, en sus "recuerdos", publicados poco después de su muerte, manifestó en forma inequívoca su respeto personal y profesional hacia quien había formado uno de los cuerpos militares más brillantes de América del Sur y el que mayor número de generales, jefes y oficiales había dado a los ejércitos de la emancipación. [...]

Después de la batalla de Chacabuco, Melián hizo la campaña del sur de Chile, se halló en la aciaga acción de Cancha Rayada y participó en la jornada decisiva de Maipú, donde el 5 de abril de 1818, al frente de sus granaderos, cargó contra la infantería y la caballería adversarias, infligiéndoles grandes bajas. Como premio recibió, además de las condecoraciones dispuestas para honrar el valor de los integrantes del Ejército Unido, los despachos de coronel graduado. Contaba 34 años cuando, ese mismo año, pidió la baja para quedarse en Chile, donde formó su hogar y vivió más de tres décadas.

El granadero había nacido el 19 de marzo de 1784 en el hogar de Antonio Melián y Josefa Correa y Lascano. En la primera invasión inglesa tuvo su bautismo de fuego, y en la segunda, como oficial de los Húsares de Pueyrredón, se destacó en la toma de la Plaza de Toros. Liniers lo ascendió a capitán a los 22 años. Apenas ocurrida la Revolución de Mayo, se incorporó a las fuerzas de Belgrano y combatió en el Paraguay, para luego pasar al ejército sitiador de Montevideo y finalmente hacerse cargo del cuarto escuadrón de Granaderos a Caballo, a propuesta de San Martín.

Volvió a Buenos Aires, luego de tan prolongada ausencia, para vivir con extrema modestia hasta su muerte, ocurrida el 1º de diciembre de 1857. Alcanzó a escribir breves recuerdos militares que vieron la luz gracias al interés del poeta Carlos Guido y Spano, hijo del general Tomás Guido, amigo y compañero de armas de Melián. En carta prólogo a Nicolás Antonio Calvo, expresó el ilustre bardo argentino: "Era una honrosa muestra de los patriotas de entonces. Si usted le hubiera conocido, de seguro le habría estimado como cuantos le trataron de cerca. Era un buen viejo, alegre, jovial, de carácter liberal y franco, entendido en lances de honor, gran jinete, gran batallador allá en su mocedad, de cáscara amarga como militar, endurecida su recia complexión en las fatigas de la guerra, pero blando en el trato y consecuente en la amistad". Y agrega, al referirse a sus últimos momentos, que al notar que un compañero de armas que lo visitaba se rendía a la emoción, le dijo con un hilo de voz: "¡Adiós, estoy de viaje!". Probablemente, al cerrar los ojos recordó la mirada de fuego de San Martín y aquel reproche por haber montado "como un gaucho", que lejos de abrir una brecha en tan fraterna amistad, la fortaleció en aras del respeto y la gratitud.

Extraído de La Nación - Adelanto del libro "La patria, los hombres y el coraje" Miguel Angel de Marco.

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